martes, 20 de enero de 2015

Auf wiedersehen...


Lo recuerdo como si fuera ayer, para mi desgracia.
Me levanto en medio de un caos de papeles desordenados, botellas de alcohol vacías y ropa sucia. No sé cuanto tiempo llevo así pero es que ya no me importa. O si me importaba ya da igual, me arrastro cual esclavo de la rutina a la que me aferro para no caer en la locura, pues cuando tengo demasiado tiempo para pensar me asaltan recuerdos tan dolorosos como si tuviera ácido corriendo por mis venas. ¿Otra mañana despierto? Me despierto y quiero estar muerto, esta no es manera de vivir. Aunque ya estoy muerto en vida.

Ella era un ángel, era mi ángel. Joder, es que nunca fui tan feliz en toda mi vida, tantos años buscando la pieza que mejor encajara conmigo... y voilá, la encontré, donde menos la esperaba. Llenó mi mundo de luz, mi cara de sonrisas y mi corazón de ilusión. ¿Por qué recuerdo todo tan bien, joder? ¿Por qué hoy? Sentado frente a mi humeante taza de café vuelvo a recordar.
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-Te voy a hacer una pizza que te vas a chupar los dedos-me dijo aquel día, riendo por teléfono.

-Ten cuidado, verás como arda la casa por tu culpa como la última vez.

-¡No fue culpa mía lo juro! Se escapó el gato y tuvo que ir a buscarlo...-dijo, con el tono algo culpable de quien se siente mal por algo.

-No pasa nada tontita. Lo sé de sobra ¿Quieres que lleve algo especial?

-Tráete un vinito, ¿vale? Tengo muchas ganas de verte...-me dijo con esa dulzura que la caracterizaba.

-Y yo a ti. A ver si salgo antes del trabajo. Hasta luego mi pequeña musaraña.

Colgué, y fui a hablar con el jefe para que me dejara salir un poco antes porque (no le mentí) tenía una cena especial con mi mujer. Él estaba de muy buen humor, me palmeó la espalda y me dijo que por supuesto, que lo pasara bien. Sorprendido me dirigí a la mesa y seguí trabajando. ¡Qué bien iba todo! Dos horas después me dispuse a salir, cogí el paquete que tenía guardado en el cajón y coloqué bien el lazo que lo adornaba.

Justo cuando iba a abrir la puerta el teléfono sonó con más insistencia de lo habitual.

-Señor una llamada para usted, del hospital, es muy urgente...

-¿Hospital?

-Sí, dijeron algo de su esposa...

Como alma que lleva el diablo me abalancé sobre el auricular.

-¿Diga? Sí, soy yo...

-Mire, lo lamento mucho, hemos hecho lo que hemos podido pero...

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Basta, basta, astillas de dolor en mi cabeza y en mi corazón clavadas, dejadme respirar, dejad de atormentarme, me falta el aire... vivir de su recuerdo sin que ella esté es prolongar la agonía más terrible que pueda imaginarse, pero era tan maravillosa que no lo puedo evitar... Me torturo, termino el café prácticamente frío de un buche y nuevamente lavo mi cara bañada en lágrimas mientras me reconcome la misma pregunta una y otra vez: ¿por qué ella, y por qué yo no?