domingo, 10 de mayo de 2020

Mácula

Blanco. Hermoso, precioso lienzo de color blanco…

Se acercó, estudiándolo. Acarició la superficie, admirando su pureza.

Poco después manó una fuerte envidia de su interior.

“Por qué tan puro, qué estupidez”

Pero siguió mirándolo. Suspiró. Sintió vergüenza.

Y después, malvada lujuria dibujada en sus labios.

“Voy a mancillarlo” pensó.

Y eso hizo. Cogió un carbón, y dibujó trazos negros, y negros y más negros.

No le bastó. Le escupió, repetidas veces.

“Así mejor”

El lienzo lucía visiblemente deteriorado.

Sonrió para sí.

“Ya no eres tan puro”

Pero no le bastó, aún no. No lucía ningún desgarro, así que se regodeó arañando toda su superficie. Después, le arrancó algunas partes.Y entonces, una cruel sonrisa asomó a su rostro una vez finalizada su obra.

“Perfecto, ahora luces como yo”

Y tras esto, una risa demencial, una risa sin alegría, de pura burla.

Al cabo de unos meses volvió, para deleitarse contemplando la maldad de su obra...

Pero el cuadro había sido restaurado. Su rabia subía por su estómago, temblaba de furia, estaba a punto de echar espuma por la boca. ¿Cómo podía ser que su terrible obra de destrucción hubiera sido rehecha como si nada?


La miró frustrado un buen rato, sintiendo el súbito deseo de destruirla de nuevo. Y lo volvió a hacer. Una y otra vez, con el mismo resultado. No contento con ello, lo intentó con otros lienzos, en algunos fue más afortunado, pues a pesar de ser restaurados con un resultado casi brillante, debido a la insistencia con la que se empeñó por destrozarlos, por su calidad y pureza extremas, había huellas de lo que les había ocasionado. La marca de su mal, que nunca se borraría del todo y que le hacía formar una estúpida sonrisa de triunfo en su cada vez más desfigurada cara: el espejo de su alma.

Por desgracia, tarde comprendió que en realidad daba igual. Podría hacerlo una y otra vez, como había hecho, que volverían a recomponerse. Y fue al darse cuenta de ello cuando comprendió la terrible verdad: le daba tanta rabia contemplar esos lienzos porque eran lo que su alma jamás llegaría a ser, pues desgraciadamente, cuando creces en la oscuridad, te ciega hasta el más mínimo haz de luz. 

Tarde comprendería que su frustración se debía a que jamás conseguiría alcanzar semejante pureza. 

Precisamente, de ahí venía su afán destructivo por mancillarla, por  hacerla reflejar el oscuro estado de su alma, para que al menos pudiera sentirse bien al corromper algo inmaculado, blanco, libre de mácula. Para ver algo que fuera tan oscuro como él y así poder llenar, conseguir colmar el enorme vacío que sentía en el pecho. Para ganar.

Pero de nada servía, pues noche tras noche, se ahogaba en la misma agonía, era su castigo eterno: todo él era un agujero negro, que por más que absorbía, nunca quedaba satisfecho, y siempre culpaba de ello a todo lo que se atrevía a poseer la luz que nunca conseguiría ni aun proponiéndoselo.