Mientras trenzaba sus largos cabellos en
la orilla del lago, ayudándose por el reflejo del agua y la luz de la luna
llena, Elinde meditaba acerca de su pesarosa existencia. La vida de los elfos,
una existencia larga, condenada, pues quién quiere vivir para siempre si no
encuentra motivos. La vida eterna puede ser una maldición difícil de
sobrellevar si no tienes un sentido. La joven suspiró largamente mientras
completaba la larga trenza, que le llegaba hasta el final de la espalda. La
luna arrancaba destellos a su pelo plateado, casi como si fuera una
prolongación del cuerpo celeste, un rayo de luna, delgada como un junco, en el
lago silencioso. Escuchó un ruido de un animal, y de repente su corazón empezó
a latir con fuerza. Llevó, en un acto reflejo, la mano a la empuñadura de su
espada. Aguzó el oído y se serenó tan rápidamente como se había sobresaltado:
era él. Se puso de rodillas y dirigió los ojos hacia la espesura del bosque que
se abría junto al lago. Escuchó la
hierba helada crujir bajo sus poderosas patas, pero eso solamente podía
percibirlo ella, alguien de su raza. Casi al momento, lo que se tardaba en
pestañear, notó el cálido aliento en la cara.
-Hola, mi querido amigo…-susurró,
tratando de contener una lágrima mientras acariciaba la cara de la criatura que
estaba frente a ella: un gigantesco y hermoso lobo blanco, casi tan blanco como la nieve, pero con una
mancha gris en la frente.
“Elinde…” en su cabeza resonaba la voz de
su amor, su mejor amigo “dulce Ellinde” su hocico se pegó a su cuello y se puso
detrás de ella, que recostó la espalda en su lomo y acarició el suavísimo y
espeso pelaje. “Las noches han sido sombrías en el bosque últimamente. Las
criaturas oscuras no moran en las cuevas, campan a sus anchas por doquier, como
si todo estuviera permitido. Apenas hay guardianes ya, parecen temer la
presencia de un mal superior, algo que se les escapara… Estoy inquieto.”
-¿Has hablado con tu manada?-le preguntó
la elfa en un susurro, mirando las estrellas.
“Sí, pero dicen que prefieren mantenerse
al margen y yo… Me pregunto si todo no será una señal de que Ella…”
Elinde giró la cabeza y miró sus ojos
azul intenso como el cielo, aquellos ojos que no habían perdido su expresión
humana de un aire de serenidad y a la vez de desconcierto.
-Y aunque fuera una señal de que ella
está cerca… no puedes enfrentarla tú solo, Menethil.
“Elinde” notó la voz del lobo resonar en
su cabeza con tono confiado “sé lo que me hago, es la única que puede
devolverme a mi forma original’’
-No quiero que te haga daño, no pienso
dejarte solo, ya has arriesgado tanto…-susurró la elfa, rodeando su cuello con
los brazos y enterrando la cabeza en él. Se dejó inundar por el aroma a bosque
que emanaba su pelaje. Él rozó su hombro con el hocico.
“Nunca me has dejado solo, has venido
casi cada día a verme desde que me ocurrió esto, consultado a los más sabios
poniendo en peligro nuestro secreto, pero nada. Sé lo que me hago.”
-Menethil…-sollozó la elfa mientras lo
abrazaba con más fuerza. Él la acercó un poco con su pata tratando de rodearla,
tratando de no hacer daño a su delicado cuerpo.
“Vete ya, hadita plateada. Márchate, creo
que escucho a la patrulla y se extrañarán mucho si ven a la hija del gran señor
abrazada a un enorme lobo.”
-Volveré pronto, Menethil.-Susurró,
mientras besaba su cabeza, justo en la mancha gris.
El lobo la observó desaparecer en la
noche como un resplandor brillante y con la cabeza gacha volvió a internarse en
el bosque, preparado para afrontar un día más su maldición.