sábado, 18 de abril de 2020

Recuerdo que una noche, salí poco después de ver caer el sol. Sin mucha esperanza me dirigí a la tienda más cercana. Sonreí con tristeza recordando aquellos días en los que era una imagen habitual ver las cajas de plástico llenas de frutas, verduras y hortalizas. Sólo quedaban encurtidos y patatas que se estaban echando a perder. Y quedaban muy pocas. ¿Huevos? Una fantasía, ya casi no había gallinas. La muchacha de la tienda estaba pálida, y ojerosa. Normal. Así estábamos todos ya. No sol, no luz. Criaturas nocturnas. Sin apenas comida… ¿En qué ruinosa forma de vida nos habíamos convertido? Le compré unos encurtidos. Y la muchacha empezó a llorar. Preocupada, intenté tranquilizarla, ella trató de sonreír y se secó las lágrimas. No era raro encontrarse así… La entendía perfectamente. -¿Cómo estás?-Le pregunté con amabilidad, mientras sacaba un pañuelo de papel y se lo ofrecía. -Bueno, bastante regular, pero intento llevarlo lo mejor posible. Aunque…-puso cara de extrañeza.-Me ha pasado algo muy raro, si es que podemos llamar a algo así en los tiempos que corren. -¿Qué ha pasado? La chica se dirigió hacia el mostrador de la tienda y me enseñó una olla de barro cocido con una especie de guiso extraño dentro. -Esta noche, al abrir la tienda, me he encontrado esto… Parecía como si alguien lo hubiera dejado ahí a propósito… No lo he probado, porque a saber, pero… ¿No te resulta extraño? Que con la que está cayendo que no hay prácticamente nada que comer, alguien deje un guiso caliente a la entrada de mi tienda… Es… Raro… La miré confusa y asentí con la cabeza. Me acerqué a la olla con recelo: a primera vista el guiso parecía lo más apetecible del mundo, sobre todo en aquella época en la que los víveres escaseaban. Notaba las tripas rugiéndome, se me hacía la boca agua al ver aquel estofado humeante, con sus verduritas, su carne, sus patatas… Pero sí, enefecto era demasiado extraño. Así que contuve las ganas de abalanzarme sobre el guiso con toda mi fuerza de voluntad, le dije a la muchacha que tuviera cuidado y salí de la tienda. Me dirigí a casa con los encurtidos, apretando el spray de defensa que tenía en el bolsillo con la mano: ya había tenido algún susto cuando empezó esta terrible epidemia y la verdades que no tenía ganas de más, así que más me valía estar mínimamente preparada. Justo cuando regresé, encendí la televisión para ver qué nuevas había.Bueno, a excepción de los saqueos habituales y demás, no parecía haber gran cosa de novedad. Ampliación del período de renta básica para aquellas profesiones que, si o si, debían de realizarse a la luz del sol… Aunque lo cierto es que cada vez había más teletrabajo y más o menos la gente se apañaba. Total, tampoco había apenas comida, así que tampoco es que se gastara mucho dinero aparte del alquiler, la luz, el gas… Lo básico. Inflé el pecho y me dispuse a cocinar con lo poco que quedaba. Había unos poquitos espaguetis, podía aderezarlos con aceite y ajo. Me puse a ello y vi que Miriam entró en la cocina. -Hola guapa-le dije, cariñosamente. Ella trató de devolverme la sonrisa. Pobrecilla. A pesar de que era una chica dura y había mostrado una resistencia inusitada a la situación tan precaria en la que nos encontrábamos, era una persona muy sociable y había sufrido bastante con esa situación. A consecuencia de esta terrible plaga que nos asolaba, todo se había complicado… Y hacía mucho que no veía a sus seres queridos. Cabizbaja, cogió una bolsa de tela. -¿Vas al super?-le pregunté, mientras laminaba los ajos. -Sí, bueno… A ver qué hay… y a tomar la luna un poco de paso-me dijo, con voz apagada. Me acerqué a ella y la abracé. La sentí sollozar y la apreté más. -Venga, pequeña… Ya verás como los científicos tarde o temprano encuentran la cura, ya lo verás-susurré, mientras le acariciaba el pelo. Ella suspiró y se separó de mí. -Seguro que sí. Voy a ver qué encuentro. -Gasta cuidado.-La previne.-Coge mi spray, lo dejé en la mesita de la entrada. Ella asintió y salió, cerrando la puerta con un suave ruido. Moví la cabeza y me concentré en la comida. Al cabo de un rato, cuando me encontraba a punto de escurrir los espaguetis, regresó, tremendamente excitada. -¡No sabes lo que me he encontrado!-exclamó entrando como un ciclón. Sus hermosos ojos azules brillaban más que nunca y una sonrisa iluminaba su rostro. -¡Dime!-la apremié, sonriendo, contagiada por esa repentina ola de felicidad. -¡Ven conmigo, no te lo vas a creer!-Dijo, cogiéndome de la mano.-Estaba justo delante de nuestro portal, suerte que nadie la ha visto hasta ahora… Mientras bajábamos por la escaleras, un mal presentimiento me vino de repente. -¿Ver qué Miriam? Abrió la puerta del portal y cogió algo poniéndomelo delante de las narices. -¡ESTO! Y un delicioso aroma me inundó de repente… Un aroma que procedía de la olla de barro que sostenía, en la cual había un guiso idéntico al que me habia enseñado la muchacha de la tienda. Tuve que sujetarme a la pared para que no me diera un patatús. ¡No puede ser! Continuará….

lunes, 6 de abril de 2020

Ha pasado casi un año. La cosa no ha mejorado en absoluto, sino que cada vez va a peor. No podemos salir: el sol está enfermando. No podemos recibir las vitaminas que provienen del astro rey, tan necesarias que han sido siempre, aunque sea unos minutitos al sol… Ya eso parece una utopía. Y pensar que al principio de la cuarentena envidiaba a los que tenían terraza o balcón, para poder tomar el sol… Ya todo eso se acabó. Se acabó a partir del momento en el que los científicos declararon la alarmante situación: lo recuerdo como si fuera ayer.

Iban a decretar el fin del estado de alarma. Habíamos comprado cerveza, patatas fritas, aceitunas, íbamos a preparar cada uno nuestro plato especial, íbamos a celebrar que por fin seríamos libres… De inmediato, cortaron la emisión de todos los programas. Comunicado urgente de la NASA. El sol está enfermo, el sol está enfermando. Se detecta una dolencia que puede llegar a ser mortal. Refúgiense en sus casas, no salgan, puede ser peligroso. ¿Qué? No puede ser. Nos mirábamos estupefactos. Alguien debía estar gastando una broma de mal gusto. No podía ser. Pero salía en la televisión: ciudadanos ávidos de sol y de disfrutar del aire por fin salían de sus casas, y de repente emitían gritos de pavor. Terribles ronchas de aspecto infeccioso en su cuerpo. Se desmayaban. Los rayos del sol ya no eran buenos. Los gobiernos de todos los países del mundo se pusieron a trabajar de inmediato: la situación era muy grave. ¿Cómo hacer frente a este nuevo y terrible bache que desencadenaría una nueva crisis mundial cuando por fin empezábamos a ver la luz al final del horrible túnel del coronavirus? Veíamos la luz al final del túnel… pero la luz del sol ya no era buena.

De repente, mientras nos mirábamos los unos a los otros anonadados ante aquellas impactantes noticias, uno de mis compañeros abrió completamente los ojos, hasta el punto que parecía que se le iban a salir de las órbitas, y empezó a temblar convulsivamente, como si tuviera un ataque epiléptico.

-¡JESÚS, JESÚS!-exclamé, mientras me abalanzaba sobre él e  intentaba sacarle la lengua de la boca para que no se la tragara.-¿Sabías si era epiléptico o algo así?-le pregunté a Miriam, mi otra compañera, que era la que más lo conocía y lo contemplaba todo en estado de shock, sin creer lo que estaba pasando. Repentinamente respondió:

-No lo sé, debe haberse quedado conmocionado al enterarse de esto…La verdad, no es para menos-murmuró.

Y en efecto, así fue. Cuando volvió en sí, quedó en estado catatónico. Y no volvió a hablar.

A partir de aquel momento los días pasaron, era como de pesadilla, de ver para no creer. Se estableció un nuevo orden mundial. Se decretaron nuevas medidas extraordinarias para controlar aquella extraña epidemia, que afortunadamente solo parecía provenir de la luz del sol, y no parecía ser contagiosa, al menos hasta donde sabíamos. Pero la exposición durante unos escasos minutos podía causar la muerte.

No se podía salir de día: las tiendas, los escasos negocios que había conseguido sobrevivir a raíz de la crisis sanitaria abrían al anochecer. Así pues,  las alimañas aprovechaban para cometer las peores maldades. Los saqueos se sucedían día sí, día también. Y lo que es más preocupante: la comida empezó a escasear a un nivel alarmante. Y los animales. Granjas que se quedaban vacías. Al principio desaparecían uno o dos. Pero con el paso del tiempo llegó a  ser más preocupante, lo cual suponía un problema bastante serio: empezaban a escasear los recursos básicos… Ni carne, ni leche, ni huevos. Cerdos, gallinas, vacas, ovejas, cabras. Todos empezaron a desaparecer. Y no dejaban ni un atisbo: era como si se los hubiera tragado la tierra. Así pues, los alimentos empezaron a escasear de manera preocupante, con lo que eso conllevaba: un gran encarecimiento. Con el tiempo, las cosechas también desaparecían. No recuerdo haber pasado más hambre que en esa época, pues teníamos que estirar lo que nos quedaba hasta la saciedad, dada la alarmante escasez. Fue terrible.


Continuará...