martes, 30 de junio de 2015

Es un lujo que existan personas con las que se pueda disfrutar del silencio, simple y llanamente. Porque cuando estás bien, cuando te sientes bien, tranquila, a salvo, sobran las palabras.

Solamente... Silencio.

sábado, 20 de junio de 2015

Los cactus playeros molan. Un día maravilloso. Un día que simplemente por SER merecía una entrada en mi blog. Porque definitivamente ha sido. Gracias.

jueves, 18 de junio de 2015

El espejo me devolvía una imagen que en realidad no existía

Cogí mi hacha que estaba colgada de la pared. Estaba fuera de mí y había llegado el turno de tomarme la justicia por mi mano. Ya no aguantaba más. Teñí mi cara con tizones negros. Afilé bien mi arma de guerra. Me calcé las botas. Y antes de salir para enfrentarme de la manera más cruenta posible con todo aquello que me tenía mal y a punto de reventar, me miré  para ver si el aspecto que ofrecía era tan temible como me sentía por dentro.

Así pues, el espejo me devolvía mi mirada con una crueldad desconocida. ¿Qué le había pasado a ese rostro tranquilo y dulce? Ya no existía. La dulzura se había ido, y me devolvía la mirada una mujer que no reconocía. Sus ojos no eran cálidos, más al contrario daban la impresión de que podían asesinar sin ningún asomo de piedad, sin pensarlo siquiera. El espejo me devolvía una imagen que en realidad no existía. Que no era yo. Sentí un escalofrío incómodo, presa de una inseguridad momentánea.

¿Y si ese no era el camino correcto? ¿Y si era una decisión errada tomada con el calor del momento y que acarrearía unas consecuencias terribles? El frío reflejo tenía una sombra de duda en su rostro ahora, y justo al lado del reflejo, unos ojos.  que antes no estaban ahí. Y la expresión de esa fría muchacha reflejó sorpresa. Era una mirada inteligente, pacífica, que conocía perfectamente. Escuchó una voz que resonaba en su cabeza. Era la voz del chamán.

«Pequeña Llama inflamada y colérica, ¿recuerdas el cuento de los dos lobos?»

Asentí, demasiado trastornada y avergonzada como para decir nada.

«Si en su día alimentaste con tanto amor y cariño al lobo blanco, al que está lleno de bondad, de esperanza, de humildad, de generosidad... ¿por qué dejas que ahora el lobo negro malo y cruel se apodere de ti en un momento de debilidad, llenándote de ira, de odio y de resentimiento? Mira todo lo bueno de tu vida pequeña. ¿Merece la pena estropearlo por un arrebato causado por circunstancias y personas que no merecen la pena? Al menos no obres a la ligera sin reflexionar.»

Alcé la cabeza. Y la voz desapareció de dentro de ella, y el reflejo de esos ojos sensatos e inteligentes se desvaneció. Solo estaba mi reflejo ante el espejo otra vez. La expresión fiera y despiadada ya no estaba y entonces volví a reconocerme. Y me sentí aliviada y un poco enfadada conmigo misma.

Me dirigí hacia el lugar donde dormía. Cogí la miniatura de madera de mi lobo blanco, aquel  al que me prometí a mí misma alimentar siempre desde el día en que el chamán me contó la historia. Lo miré con cariño y lo coloqué en un lugar aún más visible, para no olvidar nunca lo que yo era.

Salí fuera de la tienda y observé el hermoso paisaje, tan lleno de vegetación. Vivir en un lugar así era un regalo. El viento soplaba ligeramente, y aspiré ese aire limpio y maravilloso. Observé que el hacha seguía colgada de mi cinto. Tiré de ella, la miré frunciendo el ceño y la enterré lejos de allí. Ya no la necesitaba. Y después fui hacia el río, y me limpié la cara, desvaneciendo de mí tanto los trazos negros como los últimos restos de ira. Mi reflejo me devolvió la imagen de una niña con la cara sucia que parecía que había estado jugando revolviéndose entre la tierra. Y entonces, me eché a reír, y la niña que había en mi interior rió con ella.

A veces olvidamos lo que somos, por eso es tan genial y necesario tener personas que nos lo recuerden.

Esta entrada ha nacido gracias a un ser puro, un arrebato de inspiración y un bonito cuento cherokee que leí hace tiempo y me ha venido a la cabeza.

viernes, 12 de junio de 2015

El lamento de Sylvanas

¡Maldito seas! ¡Cuántas veces se supone que he de recordar esa triste historia que me desgarra el corazón! Ah… Lo llevo grabado a fuego dentro de mí y me quema terriblemente aún… mis hijos… mis niños… los hijos…del Sol…

Fue hace mucho tiempo, pero mi memoria aún lo recuerda a la perfección, como si hubiera ocurrido ayer y no hace muchas lunas. Eran…qué se yo, incontables. Hordas de asquerosos muertos, esqueletos, apestosos gordos con las entrañas colgantes, que no dejaban vida a su paso, eran como un reguero de destrucción que dejaban todo quemado, todo el precioso y verde territorio de Lunargenta fue asolado por donde pasaban, dejando esa zona que ahora se conoce como la Cicatriz Muerta, donde todavía pululan de vez en cuando bichos repugnantes. Yo trataba de alentar a mis tropas, todos luchaban con valentía pero aquellas aberraciones eran demasiadas…

Suerte que mi pericia para el combate igualaba las fuerzas, ¡modestia aparte, soy una excelente guerrera y mejor arquera aún! Parece que ese detalle no se le escapó a aquel que los comandaba… Cuando parecía que las cosas se nos ponían más favorables a nosotros, a los Hijos del Sol, lo vi, y en mi fuero interno no pude evitar estremecerme: enorme, increíblemente fuerte, rubio, con esa armadura que parecía impenetrable y esa espada de hielo que parecía capaz de atravesar a un hombre medianamente fornido por la mitad. Lo peor eran sus ojos: brillantes, azules, fríos como el hielo de su espada, que no conocían el significado de la piedad y no la habían sentido por nadie. Está claro que mi pueblo y yo no íbamos a ser una excepción para él… para Arthas, el ser más cruel y despiadado que podía existir. Avanzaba entre las filas, lentamente partiendo por la mitad sin apenas esfuerzo los delicados cuerpos de mis hermanos… mis hermanas… no eran rivales para él… eran un pasatiempo… Se acercaba cada vez más, era inevitable nuestro enfrentamiento.

¿Yo tendría alguna oportunidad? Lo que tenía claro es que de tener que morir no iba a hacerlo arrodillada pidiéndole clemencia… Así que le enfrenté mirándole a los ojos desafiante, pero antes de que me pudiera dar cuenta estaba siendo atravesada por su espada, experimenté un dolor inimaginable y luego desaparecí… Para volver a… reaparecer de algún modo. Experimenté dolor al sentir ese frio metal... y aun así no me dejo morir  y ese inimaginable sufrimiemto no fue nada comparado con la ardua sesión de magia oscura a la que el desgraciado me tuvo sometida durante horas y horas. Claro, ¿cómo iba arriesgarse a perder mis habilidades en el campo de batalla? Yo era demasiado valiosa como para dejarme escapar, estaba claro. Pero para ello tenía que estar bajo su control porque de propia voluntad antes decidiría morir mil veces  y entonces lo hizo, se atrevió… entonces me convirtió en una aberración, en una banshee, una marioneta a sus órdenes. Y me obligó a hacer las cosas más terribles.

Mucho tiempo después recuperé mi voluntad, volví a ser yo, encontré mi sitio, me convertí en la Reina de los Renegados y estoy muy orgullosa de esos fieles que me veneran y adoran pero aquello que pasé… que mataran a mi pueblo… que destrozaran mi tierra… todo lo que yo amaba… Eso jamás tendrá perdón… Jamás. No habrá castigo en todo Azeroth lo suficientemente grande como para que ese… se redima de semejante atrocidad. Nunca recuperaré lo que me arrebató, nunca volveré  a casa… Asi pues me tumbaré sobre los argénteos anhelando… soñando con aquellos días de sol antes de que me arrebataran mi vida…

Belore…