miércoles, 20 de agosto de 2014

Anochecer


Y los árboles sagrados, a causa de su maldad fueron asesinados, y nunca más hubo en la tierra nada semejante a esos hermosos destellos plateados y dorados que emulaban al sol y a la luna, a veces cálidos y a veces dulces y refrescantes. Esos destellos, esa luz deslumbrante que provenía de los árboles sagrados, Laurelin y Telperion, creación de Yavanna Kementári, la dadora de frutos, la madre de la naturaleza que nunca hizo nada más bello, pues esos hermosos árboles eran el orgullo de los Noldor y de todo Valinor.

Pero aquel día enfermaron y murieron por su culpa. Es difícil imaginar tanta rabia contenida en un único ser, pero él era capaz de eso y más. Albergaba en su interior demasiado odio, demasiado resentimiento. Y aquella noche se derramó la primera sangre cuando el viejo rey fue asesinado por él, por Melkor, así se llamaba el traidor despiadado, pues se interpuso en su camino hacia el robo de los Silmarils, esas preciadas joyas que contenían la luz de los ya extinguidos árboles, y la oscuridad lo cubrió todo. Y se hizo la noche en lo que el cruel y renegado Melkor huía con ellos. Y Feanor, que fue quien forjó estas exquisitas piezas, recelaba, y sus miedos y sospechas alimentadas por el veneno que Melkor infundió en él en su día crecían, su ira al rojo vivo, incrementada por un fuerte deseo de venganza al enterarse de la desaparición de los Silmarils y de la muerte de Finwe, su padre.

Triste anochecer de muerte, pérdida y sufrimiento..
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De fondo solo los llantos de la diosa creadora de vida, de la madre de la naturaleza por haber perdido sus creaciones más hermosas, y los Noldor se lamentaban ante tan terrible suceso.

lunes, 18 de agosto de 2014

Hipatia


Aquí estoy, en este templo bendito que será mancillado por mi sangre.
Voy a morir por defender simplemente lo que es justo.
Me han paseado por las calles, arrancado la túnica, me han insultado, me han humillado. No me afecta, son calumnias.
Aquí me hallo desnuda, como suelen representar a la verdad, pues sé que nada más hay verdad en lo que digo.
¿Qué clase de Dios tenéis que os autoriza a cometer tal atrocidad?
¿Qué mal he hecho yo sino predicar lo que creo, y mostrar mi enseñanzas?
No, a causa de mi inteligencia me llamáis bruja, y vais a lapidarme.
Es un final realmente amargo por una vida entregada al conocimiento.
Orestes, ¿dónde estás? Tú me conoces, yo nunca pretendí mal. Pero aun así esta turba de cristianos enfurecidos cuyos ojos me fulminan me van a matar. Cogen piedras, estoy temblando, no lo puedo evitar.
Sólo quise aprender, y enseñar y voy a ser cruelmente asesinada a causa de mi credo y de mi afán por el saber.
Pues parece que la gente siempre teme lo que desconoce. Ese es el mayor enemigo del hombre en estos tiempos que corren: la inteligencia de una mujer, que sepa cosas y las muestre, que pueda influenciar.
El paganismo morirá, yo también.
Maldito y envidioso Cirilo...
Se acabó, es el final.

viernes, 15 de agosto de 2014

Desde mi erial particular






Descarnada, tirada por el suelo, las rodillas hechas jirones de tanto arrastrarme por el suelo arenoso, un erial lleno de cardos que tienen nombres curiosos: derrota, amargura, sufrimiento, rechazo, autocompasión.En ese momento entrecierro los ojos y frunzo el ceño porque estoy a punto de echarme a llorar, porque esas emociones negativas que han tomado forma me golpean y me atrapan, me hieren clavándome sus espinas y me arañan, quieren que me enraíce y que me haga una con ellas, que sea un ser triste, que no sonría más, que me hunda entre las sombras, que no haga el esfuerzo por brillar.

En mi cárcel de cardos alzo la mirada hacia el cielo sin estrellas. Pues las estrellas eran esperanza pero la decepción debió borrarlas de un soplido. No hay asomo de luz en la oscura noche de mis temores.

Entre el más absoluto silencio, presto atención. Estoy atenta para ver si alguna mano fuerte rompe esas feas plantas que me retienen, que me atrapan con más fuerza conforme más me resisto, que hacen que hilos de sangre broten de mi piel en mi vana lucha. Pero caigo en la cuenta de que es una batalla que debo enfrentar yo sola, aquí nadie me puede ayudar, no. Aquí solamente estamos yo y esas asquerosas malas hierbas que no me dejan levantarme. Me cargan con más inseguridades sobre los hombros y me impiden ponerme derecha.

Es hora de hacer algo al respecto. Dispuesta a dejarme la piel, concienciada, preparada para enfrentarme a esas putas opresoras dejándome los dientes si hace falta me dispongo para el forcejeo y veo que se hacen más pequeñas, mi cuerpo se hace más grande. Y conforme crece mi cuerpo, otro tipo de sentimientos brotan de mi interior, son tan hermosos que iluminan el erial: confianza, cariño, generosidad, gratitud, entusiasmo.  Creo que voy a conseguirlo, sonrío triunfante y cuando me quiero dar cuenta... Solamente estamos yo y las estrellas. Hasta que los cardos vuelvan, y quieran volver a aprisionarme con sus espinas. Me da igual, que lo intenten. Yo ya he recuperado las fuerzas.


domingo, 3 de agosto de 2014




Trato de plasmar en mis escritos una obra que le haga justicia a tu belleza, pero eso es imposible.
Al menos intentaré acercarme todo lo que pueda a ello, volcaré todo mi talento en estas amarillentas hojas, pasaré toda la noche escribiendo si es necesario para llegar al amanecer y ver que he hecho algo que merezca la pena para mi diosa. Para ti, porque te amo y porque te lo mereces, dueña de mi corazón y de mis pensamientos.
Pasan las horas lentamente, ese tic tac del reloj me enloquece, malgasto demasiado tiempo pensando y escribo poco, me cuesta, es duro. Demasiadas hojas he arrojado al fuego en vanos intentos. Porque cuando me giro veo tu perfección, tu cuerpo, tu rostro angelical, ese conjunto de exquisita belleza que descansa sobre la cama, y tengo celos de las sábanas que te envuelven y se rozan con tu piel, ese envoltorio divino a cuyo lado el tacto de la seda... parece esparto. Mis dedos están manchados de tinta, mi caligrafía tiembla en el papel. Trato de concentrarme, una vez más, venga. Tengo que poder. Pero la luna me hace la competencia con su luz plateada, enorme, con sus dulces destellos colándose por la ventana haciendo más visible tu figura, acariciándola y despertando tu sensualidad. Aprieto los dientes, me vuelvo hacia el papel, confiado, motivado. Amada, esta batalla no la ganará ella, esto lo voy a terminar antes de que el sol se alce. Para unir mi corazón al tuyo al amanecer, para darte ese beso que aún me siento indigno de darte, y para que al fin tú y yo podamos ser.