jueves, 9 de mayo de 2019


Miradlo, ajeno al mundo, contemplando todo desde su torre de marfil, imponente desde la lejanía. Algunos dicen que es un lobo, otros dicen que es un sabio. Otros que su tiempo ya pasó, que delira.

Pero en realidad eso sólo lo puede saber él, y quién quiera que lo sepa. ¿Para qué malgastar nuestras emociones con aquellos que no son dignos ni de saber lo que inquieta nuestro corazón?

Hubo un tiempo en que era de otra forma, más accesible y cercano, pero la cruda realidad lo encerró en él. No sufre, no exterioriza su dolor, no lo pasa mal, al menos de cara a la galería, pero nadie puede saber lo que hay detrás.

Sus ojos, que tanto han visto, que tantas pasiones han despertado a lo largo de su vida, a veces se cansan de lo que ven. Normal... Para lo que hay. Suspira, su mirada se pierde en la lejanía. Cae la noche poco a poco. Apoya sus manos sobre la balaustrada, y sonríe. Un cuervo negro vuela sobre su cabeza, y luego se posa sobre su hombro. Grazna cosas sin sentido, pero él asiente y después mueve la cabeza.


-¿Es que nunca van a aprender?-pregunta para sí.

El cuervo se posa sobre su mano, él lo acaricia y luego lo hace volar y observa su trayectoria hasta que es una casi imperceptible mota negra en movimiento, fundiéndose con los colores del atardecer.
Toma una bocanada de aire fresco, y no puede evitar un estremecimiento al notar unas manos con uñas pintadas de rojo que le aferran por detrás.

-Vaya, Locura, cuanto tiempo sin verte...-murmura entre dientes. Aparta las manos. se gira y esta desaparece en una voluta de humo para después ser reemplazada por una mujer con rostro frío como el hielo que lo mira escrutadoramente. Enmudecido la contempla, perdido en esas facciones duras, pero perfectas. Deja que acaricie su mejilla, siente el frío, aguanta, aguanta, poco a poco, el frío quema su sangre, pero ya falta menos. Cierra los ojos. Cuando los abre ella ya se ha desvanecido.

Abre los ojos, más fríos que nunca. La humanidad se desvaneció, ya es de hielo, ya nada puede afectarlo. Y la escasa humanidad que quedaba se derramó con una lágrima que cristalizó camino de su boca. Su forma cambió entonces. Libre, despojado, hermoso, emprendió su camino bajo la luz de las estrellas. Sin equipaje, sin lastre, sólo la noche, sólo la luna. Y sin poder percibirlo, unos ojos seguían su camino anegados de lágrimas.