martes, 11 de diciembre de 2018

Rabia que se calla



Quieres gritar, pero no puedes. Sientes puñaladas en lo más hondo de tu garganta, que te impiden desahogarte, liberar toda la rabia, gritar por el escozor que aún te infligen las heridas del pasado, que no por quedar atrás duele menos. Cada vez que recuerdas es una cucharada de sal y vinagre que hace que arda intensamente la poca herida que quedaba tras la costra. 

"No te hurgues, no te hurgues... "  Pero lo haces. Niñata gilipollas.

Tragas y te duele, llorar te duele, pensar en el mero hecho de discutir ya te duele. Demasiado cansada para hablar, demasiado dolorida físicamente para gritar.

Diluye la rabia en forma de lágrimas, deja que se escurra y haga surcos por tu cara, deja que se vaya. Llora mi niña, llora, deja que la tristeza te acoja en su lánguido abrazo de calidez y sal.


Los días pesan, los momentos pesan. En tu piel, en las marcas de tu cara que se acentúan cada día, en tus canas, en tu vida. No por ir hacia delante por la inercia de la rutina que te empuja te parece que el futuro sea más esperanzador: hoy no, ahora no.

Estás en tu derecho de amargarte, por supuesto... ¿Quién osa ser juez, para decidir qué está bien y qué no?

Acógeme en tu seno, burbuja de agua y sal, hasta que mi rabia se vaya, hasta que deje de llorar. Rabia que se derrama en un torrente cálido, amargura creciente que se marchitará hasta morir, y dejar que una nueva flor ocupe su lugar.