martes, 26 de marzo de 2019

En el bosque


Conozco un lugar. Es un claro, dentro de un espeso, profundo y oscuro bosque. Un bosque donde no todos se atreven a entrar, por miedo, por la prevención de que puede ser un peligroso lugar, donde una vez entres nunca volverás a ser tú. En fin. Tonterías, habladurías en mi opinión.

Lo cierto es que veces me acerco al bosque, con un halo de timidez que nunca me abandona haga lo que haga, pero sin que tiemblen mis pasos. Sé lo que hay, sé lo que busco, no tengo miedo. Me adentro, aparto ramas con mis brazos, recorro profundos senderos, hasta que llego. Es un bonito claro, donde el mullido césped invita a sentarse, a descansar, a respirar. A veces me acerco. Me siento, cierro los ojos. Todos mis sentidos se agudizan. Escucho el rumor del viento susurrar entre las ramas, percibo el rumor de una corriente de agua cercana. Aspiro el aire puro perfumado por las salvajes flores que crecen alrededor. El sol se oculta poco a poco, cae la noche, se filtran los últimos rayos entre los árboles. Abro los ojos, el cielo se oscurece y aparecen las primeras estrellas. Y entonces, ocurre. Sonrío. Ya viene. Escucho sus pasos, abriéndose paso entre los matorrales. Hermoso como él solo, de color gris, grande y con enormes ojos de ámbar, se acerca tranquilo. El Lobo. Se acerca a mí, contengo la respiración, sobrecogida ante semejante majestuosidad. Es único. Se coloca justo a mi lado, acomodándose sobre las patas traseras. Me llega su calor, y levanto la mano, miro a sus ojos, como pidiéndole permiso para acariciarlo, y él inclina suavemente la cabeza. Meto la mano en su suave pelaje.

-Hola, mi querido amigo-le susurro mientras mi mano recorre su cabeza.

Cierra los ojos, parece estar muy a gusto. Se acomoda en mi regazo, y yo no puedo dejar de acariciarlo. Me quedo así un buen rato, hasta que él quiere, o hasta que mis obligaciones me reclaman y me tengo que marchar. Entonces, cuando llega la despedida, abrazo su cuello con fuerza, me lame la cara con suavidad y se va con la misma tranquilidad con la que vino. Pero el rato que estamos juntos es increíblemente curativo, la verdad. Salgo del bosque tranquila, llena de una inmensa paz. Él no es mío, ni yo suya, y no lo querría de otra forma. Pero sin lugar a dudas, se respira mejor cuando está. Y no cabe duda, de que hay muchas maneras de amar.

miércoles, 6 de marzo de 2019

Cúmulos


Hoy es uno de esos días,en los que sientes cúmulos de cosas que te sobrepasan. Ya no hablo solo del puto dolor menstrual que se me clava dentro, que me agarra los ovarios con fuerza como unas tenazas para después soltármelos (a los que no podéis empatizar con ello o decís que la regla no es para tanto, imaginad que os agarran los huevos con fuerza y después os los sueltan y así ad infinitum... entenderéis).

No. No quiero hablar solamente de dolores menstruales, quiero hablar de cosas que se marchitan, de sentimientos que se resecan... De faltas, de lo que no está. De cómo la ausencia de ciertas cosas también acaba por cansar a un corazón, de manera inevitable. De cómo la frustración continua por la irrealización de un hecho que se sigue para no lograrse una y otra vez, es como una manchita que se convierte en manchurrón para luego convertirse en una enorme mugre que no desaparece ni aunque la frotes con el mejor detergente. De ese tipo de cosas.

Hay un hecho que es innegable. Aunque intentemos hacer la vista gorda ante ciertas cosas que pasan, lo cierto es que siguen ahí. Siempre se intenta poner solución, un parche para solventarlo, claro. Pero como su nombre indica es solo eso, un parche. Eso no resuelve el problema, quizá solo momentáneamente... Pero con el tiempo regresa y cada vez es peor. Aumenta el cansancio, aumenta la frustración, y llega un punto en que piensas si en realidad el problema es que estás intentando un imposible, y por eso no hay manera.

Sencillamente, en la vida hay veces en las que por más que intentemos resolver cualquier tipo de conflicto que se nos ponga en el camino, bien sea por amor, por buena intención, o por pura necesidad biológica, hay veces que la respuesta es tan sencilla que no acertamos a atinar, quizá porque precisamente es dolorosamente evidente: no se puede.

Y la vida es demasiado corta como para andar intentando calzarte un zapato que en realidad no es de tu talla por más que te embadurnes el pie en mantequilla, o que por más que intentes pensar que te va, no es de tu rollo para nada.

He dicho.