domingo, 3 de agosto de 2014




Trato de plasmar en mis escritos una obra que le haga justicia a tu belleza, pero eso es imposible.
Al menos intentaré acercarme todo lo que pueda a ello, volcaré todo mi talento en estas amarillentas hojas, pasaré toda la noche escribiendo si es necesario para llegar al amanecer y ver que he hecho algo que merezca la pena para mi diosa. Para ti, porque te amo y porque te lo mereces, dueña de mi corazón y de mis pensamientos.
Pasan las horas lentamente, ese tic tac del reloj me enloquece, malgasto demasiado tiempo pensando y escribo poco, me cuesta, es duro. Demasiadas hojas he arrojado al fuego en vanos intentos. Porque cuando me giro veo tu perfección, tu cuerpo, tu rostro angelical, ese conjunto de exquisita belleza que descansa sobre la cama, y tengo celos de las sábanas que te envuelven y se rozan con tu piel, ese envoltorio divino a cuyo lado el tacto de la seda... parece esparto. Mis dedos están manchados de tinta, mi caligrafía tiembla en el papel. Trato de concentrarme, una vez más, venga. Tengo que poder. Pero la luna me hace la competencia con su luz plateada, enorme, con sus dulces destellos colándose por la ventana haciendo más visible tu figura, acariciándola y despertando tu sensualidad. Aprieto los dientes, me vuelvo hacia el papel, confiado, motivado. Amada, esta batalla no la ganará ella, esto lo voy a terminar antes de que el sol se alce. Para unir mi corazón al tuyo al amanecer, para darte ese beso que aún me siento indigno de darte, y para que al fin tú y yo podamos ser.

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