Trato de plasmar en mis escritos una obra que le haga justicia a tu belleza, pero eso es imposible.
Al menos intentaré acercarme todo lo
que pueda a ello, volcaré todo mi talento en estas amarillentas
hojas, pasaré toda la noche escribiendo si es necesario para llegar
al amanecer y ver que he hecho algo que merezca la pena para mi
diosa. Para ti, porque te amo y porque te lo mereces, dueña de mi
corazón y de mis pensamientos.
Pasan las horas lentamente, ese tic tac
del reloj me enloquece, malgasto demasiado tiempo pensando y escribo
poco, me cuesta, es duro. Demasiadas hojas he arrojado al fuego en
vanos intentos. Porque cuando me giro veo tu perfección, tu cuerpo,
tu rostro angelical, ese conjunto de exquisita belleza que descansa
sobre la cama, y tengo celos de las sábanas que te envuelven y se
rozan con tu piel, ese envoltorio divino a cuyo lado el tacto de la
seda... parece esparto. Mis dedos están manchados de tinta, mi
caligrafía tiembla en el papel. Trato de concentrarme, una vez más,
venga. Tengo que poder. Pero la luna me hace la competencia con su
luz plateada, enorme, con sus dulces destellos colándose por la
ventana haciendo más visible tu figura, acariciándola y despertando
tu sensualidad. Aprieto los dientes, me vuelvo hacia el papel,
confiado, motivado. Amada, esta batalla no la ganará ella, esto lo
voy a terminar antes de que el sol se alce. Para unir mi corazón al
tuyo al amanecer, para darte ese beso que aún me siento indigno de
darte, y para que al fin tú y yo podamos ser.
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