jueves, 18 de junio de 2015

El espejo me devolvía una imagen que en realidad no existía

Cogí mi hacha que estaba colgada de la pared. Estaba fuera de mí y había llegado el turno de tomarme la justicia por mi mano. Ya no aguantaba más. Teñí mi cara con tizones negros. Afilé bien mi arma de guerra. Me calcé las botas. Y antes de salir para enfrentarme de la manera más cruenta posible con todo aquello que me tenía mal y a punto de reventar, me miré  para ver si el aspecto que ofrecía era tan temible como me sentía por dentro.

Así pues, el espejo me devolvía mi mirada con una crueldad desconocida. ¿Qué le había pasado a ese rostro tranquilo y dulce? Ya no existía. La dulzura se había ido, y me devolvía la mirada una mujer que no reconocía. Sus ojos no eran cálidos, más al contrario daban la impresión de que podían asesinar sin ningún asomo de piedad, sin pensarlo siquiera. El espejo me devolvía una imagen que en realidad no existía. Que no era yo. Sentí un escalofrío incómodo, presa de una inseguridad momentánea.

¿Y si ese no era el camino correcto? ¿Y si era una decisión errada tomada con el calor del momento y que acarrearía unas consecuencias terribles? El frío reflejo tenía una sombra de duda en su rostro ahora, y justo al lado del reflejo, unos ojos.  que antes no estaban ahí. Y la expresión de esa fría muchacha reflejó sorpresa. Era una mirada inteligente, pacífica, que conocía perfectamente. Escuchó una voz que resonaba en su cabeza. Era la voz del chamán.

«Pequeña Llama inflamada y colérica, ¿recuerdas el cuento de los dos lobos?»

Asentí, demasiado trastornada y avergonzada como para decir nada.

«Si en su día alimentaste con tanto amor y cariño al lobo blanco, al que está lleno de bondad, de esperanza, de humildad, de generosidad... ¿por qué dejas que ahora el lobo negro malo y cruel se apodere de ti en un momento de debilidad, llenándote de ira, de odio y de resentimiento? Mira todo lo bueno de tu vida pequeña. ¿Merece la pena estropearlo por un arrebato causado por circunstancias y personas que no merecen la pena? Al menos no obres a la ligera sin reflexionar.»

Alcé la cabeza. Y la voz desapareció de dentro de ella, y el reflejo de esos ojos sensatos e inteligentes se desvaneció. Solo estaba mi reflejo ante el espejo otra vez. La expresión fiera y despiadada ya no estaba y entonces volví a reconocerme. Y me sentí aliviada y un poco enfadada conmigo misma.

Me dirigí hacia el lugar donde dormía. Cogí la miniatura de madera de mi lobo blanco, aquel  al que me prometí a mí misma alimentar siempre desde el día en que el chamán me contó la historia. Lo miré con cariño y lo coloqué en un lugar aún más visible, para no olvidar nunca lo que yo era.

Salí fuera de la tienda y observé el hermoso paisaje, tan lleno de vegetación. Vivir en un lugar así era un regalo. El viento soplaba ligeramente, y aspiré ese aire limpio y maravilloso. Observé que el hacha seguía colgada de mi cinto. Tiré de ella, la miré frunciendo el ceño y la enterré lejos de allí. Ya no la necesitaba. Y después fui hacia el río, y me limpié la cara, desvaneciendo de mí tanto los trazos negros como los últimos restos de ira. Mi reflejo me devolvió la imagen de una niña con la cara sucia que parecía que había estado jugando revolviéndose entre la tierra. Y entonces, me eché a reír, y la niña que había en mi interior rió con ella.

A veces olvidamos lo que somos, por eso es tan genial y necesario tener personas que nos lo recuerden.

Esta entrada ha nacido gracias a un ser puro, un arrebato de inspiración y un bonito cuento cherokee que leí hace tiempo y me ha venido a la cabeza.

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