sábado, 15 de noviembre de 2014

Hace frío y te recuerdo.


Estaban en el patio empedrado lleno de la plantas de la vieja casa del pueblo. El abuelo, un hombre fuerte y sonriente que pese a su edad y dolencias conservaba buena parte de su fuerza y su vigor, preparaba la lechuga para la ensalada separando las hojas y metiéndolas en agua para que se limpiaran mientras una de sus nietas más pequeñas, una niñita de pelo rizado de unos cuatro años le observaba fascinada, con las manitas cruzadas detrás de la espalda y los ojos muy abiertos.

El buen hombre echó la última hoja en el recipiente con agua y la miró sonriente.

-A ver,  ¿y qué hacemos ahora que tenemos la lechuga en el agua?

-No lo sé abuelito.-Respondió la niña con sinceridad.

El anciano cogió una botella de plástico llena de vinagre y le echó un buen chorro al barreño de agua donde reposaba el vegetal.

-¿Por qué le echas vinagre?-le preguntó la niña.

-Para matar a los bichitos que pueda haber. Así salen de la lechuga, no nos los comemos y no nos ponemos malitos.

-Aaaaah-dijo la niña asintiendo con la cabeza.

-¡A comeeer!-dijo la abuela, saliendo de la cocina que comunicaba al patio con el cucharón en la mano.-La crema de verdura está lista abuelo, y te la tienes que comer ya.

-La lechuga también está limpia y lista para la ensalada.-Respondió él.

-Sí, ya le hemos quitado los bichitos para que no nos pongamos malitos.-Añadió la niña con una gran sonrisa repitiendo lo que su abuelo le había dicho

-¿Qué?-preguntó la mujer sin entender de todo.

El abuelo rió sonoramente.

-Venga, vamos a entrar o la crema se enfriará y fría no está buena.

-¡Sí!-exclamó la niña, yendo corriendo a sentarse en la mesa, observando que la abuela había tenido buen cuidado de poner donde se sentaba a comer un plato con un poco de la crema de verduras que comía el abuelo y que a la pequeña le encantaba.

El abuelo no pudo hacer otra cosa que volver a reír al sentarse y ver que su nieta ya estaba empezando a tomar cuenta de la crema con la cuchara, le hacía mucha gracia porque a ninguno de sus otros nietos les gustaba mucho la verdura, pero ella siempre le pedía a la abuela que le pusiera un poquito de ese preparado que tenía que tomar. A él no le gustaba porque prácticamente lo tomaba por prescripción médica, pero le animaba que esa renacuaja de pelo rizado le acompañara en eso.

Así pues, mientras el resto de la familia iba a sentarse y la comida se terminaba de servir, ellos se miraron con complicidad y siguieron degustando la crema.




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