viernes, 12 de junio de 2015

El lamento de Sylvanas

¡Maldito seas! ¡Cuántas veces se supone que he de recordar esa triste historia que me desgarra el corazón! Ah… Lo llevo grabado a fuego dentro de mí y me quema terriblemente aún… mis hijos… mis niños… los hijos…del Sol…

Fue hace mucho tiempo, pero mi memoria aún lo recuerda a la perfección, como si hubiera ocurrido ayer y no hace muchas lunas. Eran…qué se yo, incontables. Hordas de asquerosos muertos, esqueletos, apestosos gordos con las entrañas colgantes, que no dejaban vida a su paso, eran como un reguero de destrucción que dejaban todo quemado, todo el precioso y verde territorio de Lunargenta fue asolado por donde pasaban, dejando esa zona que ahora se conoce como la Cicatriz Muerta, donde todavía pululan de vez en cuando bichos repugnantes. Yo trataba de alentar a mis tropas, todos luchaban con valentía pero aquellas aberraciones eran demasiadas…

Suerte que mi pericia para el combate igualaba las fuerzas, ¡modestia aparte, soy una excelente guerrera y mejor arquera aún! Parece que ese detalle no se le escapó a aquel que los comandaba… Cuando parecía que las cosas se nos ponían más favorables a nosotros, a los Hijos del Sol, lo vi, y en mi fuero interno no pude evitar estremecerme: enorme, increíblemente fuerte, rubio, con esa armadura que parecía impenetrable y esa espada de hielo que parecía capaz de atravesar a un hombre medianamente fornido por la mitad. Lo peor eran sus ojos: brillantes, azules, fríos como el hielo de su espada, que no conocían el significado de la piedad y no la habían sentido por nadie. Está claro que mi pueblo y yo no íbamos a ser una excepción para él… para Arthas, el ser más cruel y despiadado que podía existir. Avanzaba entre las filas, lentamente partiendo por la mitad sin apenas esfuerzo los delicados cuerpos de mis hermanos… mis hermanas… no eran rivales para él… eran un pasatiempo… Se acercaba cada vez más, era inevitable nuestro enfrentamiento.

¿Yo tendría alguna oportunidad? Lo que tenía claro es que de tener que morir no iba a hacerlo arrodillada pidiéndole clemencia… Así que le enfrenté mirándole a los ojos desafiante, pero antes de que me pudiera dar cuenta estaba siendo atravesada por su espada, experimenté un dolor inimaginable y luego desaparecí… Para volver a… reaparecer de algún modo. Experimenté dolor al sentir ese frio metal... y aun así no me dejo morir  y ese inimaginable sufrimiemto no fue nada comparado con la ardua sesión de magia oscura a la que el desgraciado me tuvo sometida durante horas y horas. Claro, ¿cómo iba arriesgarse a perder mis habilidades en el campo de batalla? Yo era demasiado valiosa como para dejarme escapar, estaba claro. Pero para ello tenía que estar bajo su control porque de propia voluntad antes decidiría morir mil veces  y entonces lo hizo, se atrevió… entonces me convirtió en una aberración, en una banshee, una marioneta a sus órdenes. Y me obligó a hacer las cosas más terribles.

Mucho tiempo después recuperé mi voluntad, volví a ser yo, encontré mi sitio, me convertí en la Reina de los Renegados y estoy muy orgullosa de esos fieles que me veneran y adoran pero aquello que pasé… que mataran a mi pueblo… que destrozaran mi tierra… todo lo que yo amaba… Eso jamás tendrá perdón… Jamás. No habrá castigo en todo Azeroth lo suficientemente grande como para que ese… se redima de semejante atrocidad. Nunca recuperaré lo que me arrebató, nunca volveré  a casa… Asi pues me tumbaré sobre los argénteos anhelando… soñando con aquellos días de sol antes de que me arrebataran mi vida…

Belore…

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