jueves, 23 de julio de 2020

Expreso sin expresión


Insomnio de madrugada nuevamente, algo desgraciadamente habitual en este verano tan inusual que nos ha tocado vivir. Decido salir a dar un paseo y las calles están casi vacías. Al menos me refresco y no me agobio tanto llevando la mascarilla, no todo va a ser malo. Abstraída escuchando música y pensando en las cosas de la vida, mis pasos me llevan delante de una pequeña cafetería. Llama mi atención de inmediato y dudo seriamente si entrar o no, pues es demasiado temprano y puede que acaben de abrir y tampoco querría ser una molestia. Veo la duda en mis ojos reflejada en el cristal de la puerta. Decido entrar y me acerco dubitativa a la barra... No hay nadie.

-¿Hola?-pregunto, en voz baja pero audible. Nadie sale.-¿Hola, hay alguien?-pregunto, un poco más alto.

Al momento sale un hombre de la cocina.

-Hola-responde con voz grave. Se coloca detrás de la barra y me mira escrutándome con la mascarilla puesta.

Me sonrojo de golpe, su mirada es muy intensa,su color de ojos es difícil de definir...¿verde, marrón? Serán de esos ojos que suelen decir color avellana, creo... y me percato de que tiene un piercing en la ceja. Lo miro durante unos tres o cuatro segundos, hasta que me empiezo a sentir algo incómoda.

-Eh...-murmuro.

-¿Qué te pongo?-me pregunta con un deje de chulería que me incomoda. Le devuelvo la mirada con determinación.

-Un expreso-respondo lacónicamente.

Asiente y noto cómo entorna los ojos. Estará evaluándome, estará pensando qué decir, estará contrariado porque he llegado demasiado pronto... Indescifrable, en estas circunstancias es tan frío todo...

-Enseguida.-Responde, y se da media vuelta regresando hacia la cocina.

Suspiro y me siento en una pequeña mesa esperando mi café. Me bajo la mascarilla, respiro hondo, saco un pequeño bote de gel hidroalcohólico del bolso y me froto con él las manos para dejarlas aún más secas con ese mejunje pringoso pero necesario. Observo por la ventana que el día empieza a clarear levemente. Empiezo a pensar cómo voy a planificarlo, cuando el hombre sale de la cocina con mi café.

-Un expreso para la señorita-dice burlón, colocándomelo delante. Lo miro y no puedo evitar sonreír, y por lo que percibo mirando sus ojos él también me devuelve la sonrisa.

-Gracias-le digo, con amabilidad.

Me guiña el ojo y vuelve tras la barra.

Echo un sobrecito de azúcar y voy sorbiendo el café poco a poco. No está excesivamente caliente. Es justo lo que necesito para arrancar con energía. En unos minutos ya he terminado. Me giro y noto que el desconocido me está mirando, mientras seca vasos con un trapo blanco. No hago el menor amago por retirar los ojos mientras me limpio los labios con la servilleta y después me subo la mascarilla, y él tampoco. Sólo ojos, sólo una mirada, escasa expresión sin boca acompañada, apenas lo justo para transmitir una intención. Mi ritmo cardíaco empieza a acelerarse poco a poco. Finalmente decido levantarme para ir a pagar mi consumición.

-¿Cuánto es?-le pregunto sin mirarle a la cara. Noto el rubor ascender por mis mejillas. Suerte que llevo puesta la mascarilla, ¡cuánto me agrada llevarla en circunstancias así!

-Para ti un euro morena-me responde.

Se lo doy, y me roza intencionalmente la mano al darle la moneda. Inevitablemente vuelvo a mirarle a los ojos, esos ojos color avellana. Otra vez la intensidad.

-Salgo a las tres, por si te interesa.-Me dice.-Que tengas un buen día.

-Gracias, lo mismo digo.-Le respondo.

Salgo un poco atropellada de la cafetería, ya está amaneciendo, ya es momento de activarse... Y ante un encuentro tan agradable, poco me importa el resto. Sonríen mis ojos a medida que el sol se eleva en el horizonte. Sin duda ha sido un buen comienzo de día.


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